Los más valiosos
campos de este saber se hallan en las matemáticas y la astronomía. Gracias al
perfeccionamiento de un sistema calendárico exacto, tanto en la medición del
ciclo solar como del lunar, los mayas alcanzaron lo que se puede considerar el
mayor grado de desarrollo astronómico y científico de toda la América
precolombina.
Para entender la trayectoria de
los astros, los sacerdotes se sentaban cada día en lo más alto del templo y
fijaban la vista durante largo rato en el horizonte. Con este método, y
utilizando un simple palo perpendicular al suelo, lograron definir el paso del
Sol por el cenit, pues al encontrarse el astro en su punto más alto, el palo no
proyectaba sombra.
Que el Sol se sitúe exactamente
sobre nuestras cabezas es un caso excepcional que sólo ocurre en determinados
lapsos del año, y dependiendo de la zona. Para la península de Yucatán el
suceso transcurre dos veces: entre el 15/16 de mayo y entre el 25/26 de julio.
Por su fuerte presencia, el paso
cenital era de gran interés para los antiguos mayas de la península, y marcaba
fechas determinantes. Esto no es un dato menor: el calendario en las
civilizaciones antiguas fijaba las actividades de la sociedad, basadas en la
agricultura y las estaciones del año. De él dependía la vida cotidiana de toda
la población.
Específicamente, los mayas
establecieron un ciclo solar de 365 días, y otro lunar, de 295 días, lo que no
constituye una gran diferencia con el calendario gregoriano. Su precisión se
basa en una serie de días continuos que parten de una fecha inicial precisa
(día cero): el 12 de agosto de 3113 a.C.
La matemática fue una
importante herramienta para el sistema calendárico. En sus calendarios, las
anotaciones numéricas se escribían mezclando números con glifos. Los números
iban del 0 al 19 y se representaban utilizando una concha (para el 0); puntos o
círculos para los números del 1 al 4; y barras, que representaban períodos de 5
días. De esta forma, los mayas escribían números.
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